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Hoy que ya leemos 2017…
“Pesa a veces la vida y el alma desespera”, leí alguna vez en un verso del poeta hondureño Jorge Federico Travieso. Y si, definitivamente, pesa a veces la vida y el alma desespera, pero en la desesperanza y lo duro de la carga es en donde nos volvemos humanos, en donde nos hacemos persona, desde donde podemos cambiar el mundo. La comodidad jamás será ruta para los cambios, pues la comodidad inmoviliza, individualiza y nos vuelve pretenciosos. El 2016 se nos fue con muchas cuentas pendientes que este 2017 debe, ineludiblemente, heredar para mantenernos en la ruta del país soñado. De manera que —si algo queda claro es que— se nos viene un año de luchas intensas, de búsquedas en lo colectivo e individual y de diálogos necesarios para construir en conjunto la esperanza.
El 2017 hereda para Honduras una sociedad que se define en la cultura del miedo. Que convulsiona por la violencia, que mata de forma selectiva para sembrar terror como es el caso de el asesinato en marzo de la Berta Cáceres y otros defensores de Derechos Humanos, o para generar idolatría como en el caso del crimen organizado. Desde una guerra institucionalizada que justifica la violencia de Estado y permite la militarización y la criminalización de la protesta social. La paz no es negocio para este sistema pero la guerra si. De manera que las esperanzas de paz, el sueño de la seguridad y la posibilidad de una institución que garantice el estado de derecho no se avizora sino desde las luchas del pueblo mismo. Desde la integración de todos y todas en la recuperación de lo público y la condena de un Estado que no quiere la paz porque la guerra le genera mejores ganancias.
Heredamos una sociedad condenada a la ignorancia y con propuestas educativas que no son esperanza para nadie. El modelo educativo Hondureño colapsa, los programas no son respuesta y los y las ciudadanas que logran algún nivel de educación están condenados a ser —por lo general— profesionales analfabetas funcionales para el sistema. La educación no es de interés del Estado. El Estado nos quiere idiotas en todo el sentido de la palabra. Nos niega la educación que libera, la que forma conciencia, la que hace verdaderos ciudadanos y ciudadanas porque —como bien lo decía el comandante poeta Tomas Borge— es más fácil matar al guerrillero en la falda de la madre que en la falda de la montaña. Para este modelo de sociedad ese guerrillero es el niño en la escuela, al que hay que matarle la idea, al que hay que cercenarle los sueños, al que hay que condenar a la ineptitud. Para este modelo de sociedad – impulsada por este gobierno hondureño actual y los que históricamente hemos tenido—ese niño nacido es el potencial enemigo de manera que, más importante que cercenarle los miembros del cuerpo, le cercenan el cerebro y con ello la posibilidad de ser absolutamente libre y por ende ciudadano y ciudadana en pleno ejercicio de sus derechos elementales.
Igualmente heredamos una Honduras sumida en una profunda pobreza que contrasta con las enormes riquezas de políticos, empresarios, religiosos y miembros del crimen organizado y narcotráfico que al final – en algunos casos – terminan siendo lo mismo. Esta pobreza se expresa en la ausencia de servicios básicos necesarios para la vida, en la incapacidad de generar recursos para el sustento familiar y en una envejecimiento prematuro de la sociedad que tiene que adultocentrarse para enfrentar las dificultades y olvidarse del proceso natural que supone vivir cada etapa en su tiempo y forma. Esta pobreza no es casual, esta pobreza tiene un propósito cuyo fin es terminar de consolidar la seudodictadura que nos gobierna pues, en la medida que azota el hambre, los que ostentan el poder y el dinero pueden comprar conciencias y alimentar servilismos.
En fin que enfrentaremos el 2017 con la certeza de que no habrá mejor educación, más seguridad y reducción de la pobreza, porque en la sociedad hondureña actual y bajo el régimen dirigido por Juan Orlando Hernández (ahora candidato a la ilegal reelección), estos tres elementos se convierten en los ejes temáticos con los cuales justificará su sed de poder, sus excesos de violencia y el cultocentrismo (especialmente ofrecido por aquellos empresarios de la comunicación y sus medios) hacia su persona que le asegurarán perfil en este año tristemente electorero.
Sin embargo la esperanza esta puesta en el pueblo hondureño y su capacidad de humanizarse ante tanta deshumanización. En el arte como instrumento para la expresión de la libertad y la generación de hombres y mujeres libres. En la organización poli-funcional que permite que nos sintamos parte de sin ser dueños de. En la renuncia a las actitudes egocéntricas y, por sobre todo, en la convicción clara de que podemos cambiar el mundo —como diría John Holloway— sin tomar el poder.
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Héctor Efrén Flores es abogado. Trabaja para una fundación de educación en Honduras. Es poeta regional y ensayista escribiendo sobre la resistencia en contra la opresión. Lo puedes seguir en Twitter: @hefrenf.