Han pasado seis meses desde que el huracán María rugió sobre Puerto Rico, pero su oscuridad persiste. Los intentos de suicidio se han triplicado desde la tormenta. Más de 131,000 personas permanecen sin electricidad y los apagones son frecuentes. Más de 70,000 familias perdieron sus hogares. Medio año después del huracán, y todavía hay gente muriendo a causa del mismo.
Pero mediante la oscuridad de María, se ha hecho luz. La tormenta puso a la isla en el spot.
Nací y me crié en Puerto Rico, y en los últimos 14 años, he vivido en Boston, Seattle y San Francisco. Nunca había visto a mi patria ser un tema constante de conversación a nivel nacional. En los últimos seis meses muchos me han preguntado sobre el status político de Puerto Rico, por qué sus residentes no pueden votar por el presidente y el impacto de la Ley Jones en la economía rota de la isla, más que nunca en mi vida.
Se siente como si María hubiese removido una venda colectiva de los ojos de muchos. La tormenta hizo que las desigualdades coloniales centenarias y modernas que enfrenta Puerto Rico se vuelvan imposibles de ignorar. El desastre hizo que fuera dolorosamente obvio que los residentes de la isla y su gobierno tienen muy poca autoridad y poder de decisión sobre sus propios asuntos. Esto fue evidenciado una y otra vez por la dependencia del gobierno puertorriqueño de la ayuda estadounidense para enfrentar la emergencia, la respuesta tardía del gobierno federal, la minimización de la severidad del desastre por parte del presidente Trump y la insuficiencia de los fondos asignados por el Congreso para para ayudar a la isla.
Además de intensificar la atención hacia los desafíos de siempre, el huracán María obligó a que veamos otros bajo una luz diferente.
Hablemos de la migración, por ejemplo. La reubicación de la isla a los Estados Unidos ha sido parte de la historia de Puerto Rico desde 1898. Pero a pesar de que la diáspora ha sido parte de la narrativa y cultura de la isla desde el principio, la relación también ha sido tensa. La profunda nostalgia por los que se marcharon a menudo ha estado teñida de resentimiento y acusaciones de abandono.
Mientras que Puerto Rico ha experimentado múltiples oleadas de migración en los últimos 120 años, la isla ha experimentado un éxodo constante desde 2006, cuando comenzó la actual recesión económica. Casi medio millón de personas se mudaron a los Estados Unidos entre 2006 y 2015, y ahora viven más puertorriqueños en los Estados Unidos que en la isla. Desde septiembre de 2017, aproximadamente 135,000 puertorriqueños se mudaron para “allá afuera”.
El huracán María fue un momento decisivo para la diáspora puertorriqueña. Inmediatamente después del desastre, miles de puertorriqueños en Estados Unidos (incluyendo a esta servidora) se convirtieron en los oídos, los ojos y la voz de millones de personas en la isla que no tenían electricidad, ni formas confiables de comunicarse. En todo Estados Unidos, la diáspora organizó recaudaciones de fondos y suministros, y campañas de apoyo. Nos movilizamos para hacer de todo, desde enviar suministros médicos hasta aparecer en los medios de comunicación. Más allá del dinero y las cosas materiales, muchos donaron de sus recursos más valiosos: su tiempo y conocimiento. Inmediatamente después del temporal pasé muchas noches hablando con amigos en todo el país, planificando campañas, escribiendo artículos de opinión, y comunicándome con mis conocidos en busca de ayuda.
El huracán María hizo a la diáspora visible más allá de bastiones puertorriqueños como Nueva York, Connecticut, Illinois o Florida, demostrando que hay mucho de cierto con el dicho de que hay boricuas hasta en la China. La conversación se sintió diferente. No hubo acusaciones de la diáspora salvadora, al rescate de los de la isla. María aceleró el crecimiento de la diáspora, pero también reveló el secreto de nuestro poder: la unidad.
Debemos aferrarnos a esa solidaridad y ganas de aportar para reconstruir Puerto Rico. Seis meses después del huracán María, ahora que la emergencia ha “pasado” en gran parte y las cosas vuelven a ser “normales”, no debemos perder impulso. A medida que el interés en Puerto Rico se desvanece, debemos mantener viva la discusión sobre lo que sucede en y con Puerto Rico entre nuestros círculos. Debemos aprovechar cada oportunidad para conversar con nuestros vecinos, compañeros de trabajo, e incluso extraños y reclutarlos para que sean defensores y partidarios de Puerto Rico.
Tenemos que estar pendientes de cómo nuestros funcionarios electos en el Congreso votan sobre asuntos relacionados con Puerto Rico y pedirles que rindan cuentas. Después de María, llamé a mis senadores y a mi representante por primera vez en mi vida. Una llamada diaria para pedirles que apoyen a Puerto Rico puede no parecer mucho, pero la presión colectiva funciona.
La diáspora debe mantenerse conectada con familiares, amigos y organizaciones en Puerto Rico. Por virtud de nuestros códigos postales, los puertorriqueños en los Estados Unidos tienen el poder político que la gente en la isla no tiene, pero necesitamos un diálogo fuerte y continuo para garantizar que nuestras acciones estén basadas en las necesidades y realidades de la isla. Hace seis meses, María reveló que cuando nos enfocamos en un propósito común —el bienestar de la isla— no somos de aquí o de allá, los de la isla versus la diáspora, sino un solo Puerto Rico, y que somos una fuerza contundente. Sigamos aprovechando nuestro poder colectivo y mantengamos a Puerto Rico en el spot, por nuestra gente.
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Mónica Ivelisse Feliú-Mójer dirige las comunicaciones para Ciencia PR, una red de recursos para todos los interesados en las ciencias y en Puerto Rico. Su Twitter es @moefeliu.