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Revive el debate sobre la participación de los puertorriqueños en la elección primaria presidencial estadounidense en la isla. Queda estipulado que la mera existencia de una primaria en Puerto Rico, cuando no podemos votar en las elecciones generales, es uno de tantos artefactos absurdos de nuestra condición colonial. Para muchos, con eso nada más es caso cerrado. Supongo consideran que votar en la primaria por un presidente estadounidense les haría cómplices del coloniaje que posibilita tal voto. Entiendo esa postura, simpatizo con ella, la he compartido anteriormente y quizás la compartiría hoy con cualquier otro candidato. Pero quiero formular el argumento a favor de que los independentistas y otros boricuas que rechazan la colonia voten por Bernie Sanders.
Fundamento la postura en dos proposiciones que defiendo más allá de este caso particular. Primero: que a veces oportunidades buenas, o al menos útiles, surgen de circunstancias injustas o hasta nefastas. Segundo, y relacionado: que sin dejar a un lado nunca nuestros valores, ni nuestros esfuerzos por crear una realidad política distinta, debemos pensar y actuar de manera estratégica dentro de la realidad política actual—no porque la aceptamos o avalamos, sino porque por definición es el campo de batalla en el que hay que luchar para cambiarla.
Si hasta ahí estamos bien, debo convencer que la presidencia de Bernie Sanders adelantaría de manera alguna el cambio que más nos interesa, al menos, a quienes va dirigido este ensayo: la independencia de Puerto Rico. Uno de los argumentos frecuentes en contra de votar en la primaria presidencial es que ni Sanders ni cualquier otro tienen un verdadero plan o afán descolonizador. Estoy de acuerdo, y me duele y decepciona. Pero lo entiendo dentro del contexto de la política estadounidense, y me parece que es el criterio equivocado. A mi entender, la pregunta que debemos contestar es si algún candidato supera significativamente a los demás en cuanto a políticas y actitudes que, aunque sea por poco y a largo plazo, crearían un ambiente más propicio para nuestra libertad.
Cada cual habrá hecho (o debe hacer) su propio análisis sobre las condiciones políticas que mantienen vivo el coloniaje—al menos del lado de allá. (Del lado de acá, en Puerto Rico, tenemos mucho por hacer.) El mío incluye dos asuntos fundamentales, así que vuelvo con el uno-dos. Primero: la avaricia de corporaciones estadounidenses, desde las megatiendas hasta los fondos buitres de Wall Street, que se lucran al son de miles de millones gracias al estatus quo. Segundo: el sentir entre muchos o casi todos los Demócratas que EE.UU. puede ser un amo benévolo que trate bien a Puerto Rico, nos valore como ‘people of color’, y nos de esa versión “mejor de los dos mundos” del ELA con la cual algunos en el PPD todavía sueñan.
En ambos renglones Bernie Sanders es, no solo el mejor candidato, sino un candidato sin precedentes que merece consideración incluso de los más cínicos sobre la política estadounidense. Quizás en lo primero se le acerca Elizabeth Warren, que también ha prometido políticas sumamente progresistas en cuanto a los ‘billionarios’ y las corporaciones. Pero mientras ella se autodenomina “capitalista hasta el tuétano”, Sanders se describe a sí mismo como socialista, cosa insólita en el ‘mainstream’ político de ese país. Ciertamente, aún si Sanders llega a la Casa Blanca, no va a eliminar del todo la influencia política de los grandes intereses económicos que se benefician del status actual de Puerto Rico y abogan descaradamente por conservarlo. Repito: se trata de ir cambiando, de manera paulatina, las condiciones sociopolíticas que sirven de andamiaje para la colonia.
(Antes de proseguir, ya que estamos hablando de asuntos económicos, quiero despachar otra objeción frecuente: que la primaria en Puerto Rico es una tramoya para recaudar fondos. Pero estamos hablando de candidatos que, con alguna frecuencia, recaudan millones en unas horas en Estados Unidos. En Puerto Rico, según datos recopilados por Latino Rebels, a fines del año pasado todos los candidatos juntos (¡incluyendo a Trump!) habían recaudado menos de $100,000. Es una chavería. No digo que no disfruten llevarse lo que se llevan, y supongo que cada dólar cuenta. Pero la matemática revela que es una objeción muy pobre. Confieso que la objeción, también económica, sobre el costo de la primaria es un poco mejor, y si fuera por mí insistiríamos que los partidos políticos de EE.UU. las costearan. Pero igualmente, con tanto embeleco en Puerto Rico que cuesta un par de millones, éste me parece de los menos ofensivos.)
Vamos entonces al segundo de aquellos dos asuntos, que considero el más importante. Reitero: creo que uno de los impedimentos más grandes a la independencia de Puerto Rico es que, en Estados Unidos, muchos políticos (y ciudadanos) bienintencionados en el fondo piensan algo como esto: Está bien, habrá algo injusto y medio antidemocrático en el estatus de Puerto Rico, pero nosotros somos una isla pobre y ellos un país rico, y mejor que nos sigan salvaguardando en vez de ‘abandonarnos’, más aún cuando tan pocos en la isla apoyan semejante abandono.
Creo que el mismo Sanders comparte hasta cierto punto este sentir, que me parece equivocado pero francamente comprensible desde el punto de vista estadounidense. Pero creo que Sanders lo comparte a mucho menor grado. Mientras otros candidatos presidenciales, como los colonialistas de la isla, se limitan a hablar sobre fondos federales para Puerto Rico, Sanders ha sido el más enfático, quizás en la historia de los candidatos presidenciales estadounidenses, en denunciar el status como “colonial”. (Comparemos nuevamente con Warren, la única otra que ha sido mejorcita en cuanto a Puerto Rico, pero que da una respuesta flojísima —aquí, en el minuto 13:00— cuando se le pregunta si Puerto Rico es una colonia.)
Y es que Sanders, nuevamente, a diferencia de todos los otros candidatos presidenciales (pasados y presentes) en Estados Unidos, habla con claridad moral y firmeza sobre el historial imperialista de ese país. Su propio historial es uno de solidaridad con Latinoamérica; ahora, en plena campaña presidencial, repasa los golpes de estado que ha propiciado EE.UU. en la región, sabiendo que le cuesta votos en un país que sigue con el cuco del comunismo y la Guerra Fría. Si algo es Bernie Sanders “hasta el tuétano”, es una figura que entiende que Estados Unidos ha sido frecuentemente un actor nefario en el ámbito internacional. Esa visión de mundo y ese discernimiento me parecen indispensables para llegar a la conclusión de que ese ha sido y sigue siendo el caso con Puerto Rico, y que el único camino justo es concedernos la independencia. No digo que tal cosa sucedería bajo la presidencia de Sanders. Recalco: se trata de ir cambiando poco a poco el contexto y la cultura política del país que desafortunadamente controla nuestro destino.
He ahí lo fundamental del argumento, pero puedo añadir consideraciones menores. Por ejemplo, una de las tareas principales de los estadistas es (o debería ser, si fueran inteligentes y capaces) convencer a los Republicanos en Estados Unidos que, como estado, Puerto Rico no enviaría una delegación completamente Demócrata al Congreso. Muchos votos en la primaria Demócratas —y, para colmo, por el candidato más liberal de todos— sería una buena manera de aguarles la fiesta.
Y claro está, hay todo otro argumento, para nada ‘menor’ pero digamos aparte, basado en responsabilidad cívica y solidaridad transnacional. De más está decir que, por menos que nos guste (y a mí no me gusta para nada), la política estadounidense nos afecta. Para muchos, afecta todavía más a nuestros amigos y familiares que viven en EE.UU., a nuestros hermanos latinoamericanos detenidos en la frontera, a todos los pueblos del mundo que disfrutarían mayor paz y prosperidad si Estados Unidos fuese gobernado un poquito mejor. Es muy poco, quizás el proverbial grano de arena, lo que podemos hacer en Puerto Rico para cambiar y mejorar esas realidades. Es posible que tengamos el deber de hacerlo comoquiera.
Quizás he convencido muy poco y quien me lee le daría un 1% de probabilidad a esta teoría de cambio algo idealista que he descrito. No puedo refutarlo conclusivamente. Pero le asigno un 0% de probabilidad de cambio a la opción de no votar. Nadie, ni aquí ni allá, considera que la baja participación en la primaria es un acto de protesta o muestra de rechazo al estatus colonial. Dudo muchísimo que, de aumentar dicha participación, alguien concluiría que se trata de un cambio en nuestro sentir hacia la relación con Estados Unidos. Si se gana algo más al no votar, o se pierde algo al hacerlo, confieso que carezco de la imaginación para considerarlo y espero humildemente que me ilustren.
Entiendo perfectamente que es contraintuitiva la noción de adelantar nuestras luchas participando en los procesos electorales del país contra el cual estamos luchando. Pero, en este caso y en cualquier otro, debemos trascender suposiciones ideológicas y someter nuestras disposiciones políticas a un análisis de pros y contras; causas y consecuencias. Exploremos —o, al menos, no descartemos muy rápido— absolutamente todos los caminos, por más improbables que parezcan, que pudieran conducir a nuestra libertad.
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Alberto Medina es escritor y editor. Twitter @AlbertoMedinaPR.
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