Durante esta pandemia del 2020, me ha molestado el término ‘trabajador esencial’ para referir a aquellos que necesitan seguir trabajando aunque se arriesguen de ser infectados por el maldito coronavirus. Esencial para quién, sería mi pregunta. Para el consumidor, para el patrón, para la economía. Igual se podría decir que ese trabajador es también esencial como padre o madre y que no debería de arriesgarse al salir de la casa.
¿No sería mejor decir qué es un trabajador valioso? ¿Por lo menos ‘necesario’? Pero como Carlitos Marx, yo prefirió decir trabajador valioso.
Si es así, la siguiente pregunta es, qué valor hoy día tiene una enfermera, un médico, la muchacha que llena las repisas de papel del baño en el mercado, el compa que viene por su basura infectada cada semana, o la pareja que desinfecta la clínica cada noche.
Creo que el valor de toda esta gente chambeando durante la pandemia vale mucho más que el aumento de $2 por hora que dio el super multi-multimillonario Jeff Bezos a sus empleados de Amazon.
Qué vergüenza que la persona más rica del mundo dé solo un aumento de $2 mientras su propio valor personal ha subido $24 mil millones de dólares durante la pandemia. Esto viene siendo casi el 10% del total del dinero que se está repartiendo a los trabajadores de este país por el estímulo del gobierno.
Pero no es el momento de quejarse, diría mi madre. Hay que estar unidos. Y es cierto. Hay que mantener la unidad en parar este maldito virus. Eso sí es esencial. No tenemos otra, los malos gobiernos nos han fallado. ¡Y gacho!
Pero si en esta pandemia los señores de industria y los jefes de corporaciones tienen tiempo para hacer cuentas de sus futuras pérdidas para exigir una limosna al gobierno, entonces maybe también tenemos tiempo nosotros para igual hacer cuentas. Pero con la diferencia que no solo contemos el balance final—sino el final. O sea, la gacha realidad de la posibilidad de la muerte por infección como muchos de nuestros compatriotas en Nueva York que vienen siendo más del 20% de los muertos en Nueva York.
Muerto —en muchos casos— por ir a trabajar.
Como Eresmildo Castiblanca, un janitor en una clínica en Nueva York a quien le toco limpiar un cuarto donde se dio atención médica a un paciente con el coronavirus. Solo le dieron un par de guantes. A las dos semanas, su hijo —quien es paramédico— lleva al anciano janitor al hospital enfermo del coronavirus. Al entrar al salon de emergencia, su hijo le dijo que estaba por recibir la atención médica que necesitaba. Pero, el sabio Eresmildo le dijo a su hijo, “de aquí no salgo.” El janitor colombiano de 70 años murió el 27 de marzo.
O como la fábrica de cerdo en Dakota del Sur, Smithfield, que solo “desinfecto” el área donde trabajó el empleado con el primer caso de coronavirus en la planta. Preocupados, los trabajadores que ganan entre 14 y 16 dólares la hora pusieron avisos en Facebook. Un reportero investigó y la compañía confirmó un caso de coronavirus pero explicaron que eran un negocio esencial y que todo estaba bajo control. Solo 20 días después, se cerró la novena procesadora de carne de cerdo más grande de Estados Unidos con 644 casos de coronavirus entre los empleados de Smithfield y personas contagiadas por ellas.
Si tomamos todo esto en cuenta, ¿cuánto vale un trabajador hoy? ¿El mínimo nacional de $7.25 la hora por empacar pollos en Iowa? Chale. ¿El mínimo de $12 en California para entregar enchiladas a los hueros en Highland Park? Ni madres. La neta, si ponemos todas las cartas sobre la mesa, nuestro valor nunca ha sido más. ¡Hay que cobrarlo!
Desgraciadamente, nuestros supuestos líderes se atropellan entre ellos para entregar máscaras para los valientes trabajadores y víveres para repartir a los desesperados.
Buenas fotos en Facebook, eh. Pero hay que dejar ese trabajo esencial para otros. Muchos lo pueden hacer. Pero tal vez, ¿no saben hacer más? Por muchos años, yo opinaba que muchos de los políticos, jefes de sindicato y defensores de los derechos de inmigrantes usaban a los trabajadores latinos como adorno en su camino a ser vocero de moda.
Pero estaba equivocado. Estan enfermos. Tienen la infección de la mitología del pobre trabajador latino humilde. Una falsa mitología que la clase obrera hace falta de abogados, voceros, apoyantes, simpatía, y un poco de ayuda. “Lucha por $15” dicen ellos, quienes nunca en su vida trabajaran por esa miseria. Un cambio sólo es posible cuando los trabajadores luchen por su cuenta. ¿Que esperan? Su vida ya está en riesgo—literalmente.
No les quiero calentar la sangre y no dejarlos sin tarea. No es mucho, pero empecemos en destruir la mitología del trabajador tímido y fácil de aplacar. Somos padres, madres, hermanas, tías, buena gente y aguantamos un chingo. Desgraciadamente, el trabajador latino para el gringo ni siquiera es trabajador y mucho menos una persona. Todavía menos una persona con derechos. Ellos te lo dicen. Ilegal, inmigrante, mojado —o sea— otro y no igual!
Para el sístema gringo, el obrero latino —de cualquier estatus legal o país nata; (hasta el USA#1)— es poco más de un burro que carga mucho, dura más, es desechable, reemplazable y contento con el cheque liviano, la ropa que le regalan a sus hijos y el pedazo de pastel que le dejan. Pero de repente nos necesitan.
Los políticos y los medios todos dicen que todo ha cambiado. Tienen razón. Empecemos con una pregunta: ¿por qué no ha cambiado mi sueldo? Pero aquí esta la bronca. No dejes que otros lo pregunten por ti —exige tu valor— porque ahora no te pueden poner a un lado.
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Javier González es el fundador de Tell That Story. Lleva más de 20 años como organizador comunitario. Twitter: @javgonz.
Tristemente seguimos como ovejas al matadero ya basta tenemos q aprender a luchar y exigir nuestro derecho a un sueldo digno y la única manera q lo vamos a lograr es educandonos