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Dejémoslo bien claro y sin rodeos para que los y las que todavía se resisten a creer en el COVID-19 piensen mejor sus pasos y nos colaboremos. A mi gusto hay tres verdades que en la situación actual de Honduras no podemos desconocer.
- El COVID-19 sí existe, y es una enfermedad (independientemente del origen, que abordaremos después) y esta matando mucha gente en Honduras. Y es más, estoy seguro yo, de lo que las estadísticas maquilladas de la dictadura hondureña esta oficializando.
- El COVID-19 es el escenario perfecto para que en la miserable condición hondureña, el dictador elegido ilegalmente Juan Orlando Hernández y su sequito de corruptos, (protegidos por el crimen organizado, las fuerzas armadas, y una red de voceros internacionales afines a esta nueva modalidad de democracia) puedan terminar de saquear lo que queda de las arcas del estado, entregar a las corporaciones internacionales los bienes comunes, y matar (con impunidad absoluta) a quien le estorbe, hable, o genere pensamiento en torno a los actos de corrupción que esta haciendo.
- El COVID-19 en Honduras no es un problema de salud, es un asunto de indiferencia, nula organización, y falta de articulación en el pueblo para exigir eficacia y construir respuestas colectivas justas para la patria.
Desojemos la margarita
De gente muy cercana y querida he tenido que oír que el coronavirus no existe, que es un invento de la dictadura que gobierna Honduras y que es presidida por Juan Orlando Hernández, caudillo del partido nacional; que es castigo de dios, que solo lo crearon para mantenernos encerrados. A esa gente he tenido que decirle que he sufrido de lejos entierros de personas queridas, recuperaciones —a medias todavía— de familiares y amigos infectados por el virus y ni dios ni Juan Orlando Hernández estaban ahí para hacer algo por ellos y ellas, solo sus familias quienes en el dolor han tenido que callarse el impacto de esta verdad por que el mundo es muy dado a la discriminación y la deshumanización contra quienes padecen y sus más cercanos esta enfermedad.
La enfermedad esta ahí y esta jodiendo de forma directa a los pobres, pues los ricos, en su opulencia y mezquindad eterna, siguen nadando en sus piscinas privadas, organizando sus picnics, y articulando fuerza para seguir saqueando al pueblo con su ambición desmedida aprovechando la laguna actual en la oferta y la demanda. Pero los pobres, con la presión del estomago golpeando desde adentro, nos estamos exponiendo a la enfermedad en la dimensión y medida que el gobierno quiere que lo hagamos. El hambre nos lleva a exigir la oportunidad de salir a trabajar, aunque no tengamos trabajo, a buscar comida, aunque no haya comida, a circular por las calles, aunque no exista ninguna condición razonable que la justifique. Pero somos y, creo yo, esa nos parece suficiente condición para ir a la calle, aunque eso implique poner en riesgo al entorno cercano.
La primera línea de lucha contra el virus somos nosotras y nosotros mismos en la medida en que asumamos con responsabilidad el cuido de los y las otras. No es un asunto de fe, religión, condición social, geografía, color e identidad. Es un asunto de salud. Y mientras el virus no tenga una respuesta efectiva nada, pero absolutamente nada, justifica que usted, enarbolando banderas como las arriba descritas exponga a su propio entorno cercano al contagio total. Quedarnos en casa, podría ser, si lo hacemos con conciencia, el mayor acto de desobediencia civil contra esta dictadura y les aseguro la podría derrotar.
No es el problema
El COVID-19 en Honduras no es el problema. El problema lo tenemos desde el 2009 y se llama Juan Orlando Hernández. Antes del coronavirus, hasta el 2018 para ser exactos, ese delincuente y su orquesta ya habían saqueado de las arcas de Honduras unos 64 mil millones de lempiras, según las cifras dadas por el Foro Social De Desarrollo Humano y el Consejo Nacional Anticorrupción. Se ha preguntado usted cuantos hospitales, cuantas escuelas, cuantos proyectos de desarrollo social se pudieron hacer con todo ese dinero robado por Juan Orlando Hernández y su séquito. Si usted es de los que cree que el COVID-19 nos jodió, déjeme decirle que este virus, puesto al lado del virus de la corrupción que impone Juan Orlando Hernández y su régimen, es una simple gripe. De hecho, el impacto que esta teniendo la presencia del virus en Honduras es así de fuerte mortal porque antes de llegada la dictadura de Juan Orlando Hernández ya se había robado todo lo que pudo usarse para crear una real estrategia de defensa.
Con la presencia del virus este régimen de corrupción lo que hizo fue reconfigurarse. Así, por ejemplo, no es casualidad que en tiempos de cuarentena quienes hagan comercio sean los bancos, los mega-supermercados, mega-ferreterías, y algunas vías de comunicación que dicho sea de paso son propiedad de doscientas personas que, integradas en cuatro familias, son las que monopolizan la vida económica, política, militar, y religiosa en Honduras. Lo diré así en lenguaje común: son estas cuatro familias las que sobre usted deciden que come y cuando, donde duerme y con quien, cuando se muere y en que modalidad, y en el menor de los casos en que cárcel termina y porque delito. De esa manera, el pequeño productor y el consumidor siguen en manos del coyotaje salvaje que imponen estas familias utilizando las dinámicas institucionales del Estado y la coyuntura del virus.
En la actualidad y con la excusa de combatir al COVID-19, Juan Orlando Hernández y su crimen organizado están dilapidando (supongo yo) tres mil millones de dólares venidos en su mayoría de una hipócrita comunidad de prestamos bancarios internacional que, sabiendo lo ladrón que es el gobierno de Honduras, sigue confiándole prestamos y condenando al pueblo Hondureño. Para disimular este robo han creado una enorme red de organizaciones no gubernamentales (ONGs), distribuidores especiales, empresas o sociedades anónimas offshore y fundaciones de interés privado que, junto a funcionarios de poca monta, pero igual de ladrones (entre los que hay diputados, alcaldes, militares, policías, pastores y sacerdotes religiosos) lavan y filtran el dinero sustraído por la corrupción. Ese dinero no ira para insumos médicos, para escuelas o para hospitales que nos curen de la epidemia. Terminara por seguro estoy, en las bolsas de la corrupción, algo así como los excedentes que el joven ministro desapareció, con su arte de magia, en las compras de Consejo Permanente de Contingencias.
Juan Orlando Hernández sabe que puede robar a su antojo y no será juzgado, al menos en este momento porque controla todo el aparataje jurídico, político y militar de Honduras. Pero además su seguridad le viene también de afuera puesto que figuras como la de Donald Trump, que gobierna los Estados Unidos, abandera y exalta en el combate de las drogas de las que el mismo Juan Orlando y su familia parte, cada vez que puede o por lo menos entre los entretiempos que le quedan entre cada estupidez que publica en Twitter como la de tomar desinfectante para curarse del virus. Así las cosas, no espere nada bueno de ese dinero y tampoco se haga esperanzas inmediatas, el futuro de Honduras se vuelve largo y escabroso y muchos quedaran al borde del camino.
Mi más grande miedo
Mi más grande miedo en este momento es que las respuestas colectivas, necesarias para superar la coyuntura actual, no se estén generando. La indiferencia ante la realidad de la enfermedad y lo doloroso de la corrupción en la mayoría de la población es para mi el más alto riesgo de contagio y muerte que tenemos. No es posible que a pesar de la coyuntura el interés siga siendo político electoral, la acción solidaria sea populista y el hambre de los pobres un negocio.
La respuesta que debe ser inmediata es clasista y la que tiene que ser estructural es dictatorial. Es un juego sin escrúpulos entre quienes saben que mientras la mayoría va a perder ellos van a ganar y entre los que aun sabiéndose perdedores apuestan a ganar una miseria, aunque eso signifique condenar el doble al que estaba perdiendo junto a él. Tengo miedo a esta imposibilidad de juntarnos, de construir, de dialogar, de tomar decisiones, de impulsar acciones sin que primen los egos o se impongan los caciquismos.
Por eso yo le tengo miedo a los políticos del bando que sean y no creo que en ellos estén las respuestas que Honduras necesita, porque hasta ahora, cuando más lo hemos necesitado como hondureños lo que hay son asomos de cordura, pero no guerreros por la patria. Su patria se resume al proceso electoral y al derecho de ser elegidos para un cargo público. Sigue siendo mi miedo el hambre, pero no el hambre del estomago, sino esa que se siente por un poco de poder o una miserable porción de billetes con la que la escoria se compra trajes para disfrazar su pudrición.
El nuevo paradigma
El mundo está cambiando, las élites de poder que se imponen en la humanidad están haciendo ajustes en su seguridad y como siempre los pobres del mundo pagaran las consecuencias. Como el VIH, Ébola, la fiebre amarilla y el sarampión fueron introducidas para diezmar la voluntad humana hoy llega el COVID-19. No es una casualidad, ni un accidente, es el proyecto de las mentes maquiavélicas del planeta que en su afán acaparador encuentran que muchos estamos consumiendo lo que ellos podrían acumular. Ese es, a mi gusto, el paradigma global, la nueva guerra, la reconfiguración del poder y la condena del no tener. Pero ese paradigma mundial en Honduras puede aportarnos otra mirada, otra forma de luchar, la posibilidad de construir una esperanza pese a que, las élites del mundo quieran desaparecernos.
Desde la coyuntura actual y las condiciones inevitables un nuevo paradigma de lucha se abre para Honduras, aunque no todos los y las hondureñas lo quieran ver. La lucha es desde el encierro y con la dignidad por bandera. Pero necesitamos ser fieles, honrados y respetuosos entre nosotras y nosotros mismos. Necesitamos volver a la lucha local, al territorio y con nuestra gente. Lo nacional es necesario, pero no será posible si no rompemos las cercas locales. Y para eso necesitamos la suficiente valentía que permita expulsar de lo publico a sujetos como el diputado Gabriel Rubí (el ex-ministro de la Comisión Permanente de Contingencias y del Sistema Nacional de Prevención del Riesgo) y Omar Rivera (el actual director del Foro Nacional de Convergencia), quienes junto a otros picaros locales instalados en el gobierno municipal, están acabando con Honduras y el municipio.
Los diálogos —monólogos— generados en el marco de corrientes político-partidistas, pasionales, viscerales y alejados de profundos estudios de la realidad no sirven. Lo que necesitamos es que la gente entienda que la bolsa solidaria le quita el hambre del momento, pero lo condena a la ignominia para siempre. En eso deberíamos invertir nuestra estancia en casa en la generación de verdadera conciencia social, en la formación política de la gente a nuestro lado y en la denuncia firme y permanente de la corrupción en las redes virtuales mientras sea posible.
En esta coyuntura hay que ser discriminadores sin escrúpulos y no confiar en el discurso solo por ser discurso o en la apariencia sin tener en cuenta las enmiendas y en el municipio estamos llenos de gente, parlanchina sin freno, que tiene todas esas características. La salida a esta crisis no viene con los mesiánicos ortodoxos de siempre ni con los gladiadores que van tras su propio cetro de libertad. Esta en el pueblo, en usted y yo, en el barrio, antes de que suspendan la cuarentena y nos contagiemos todos y le dejemos el camino libre (ahora si de verdad y para siempre) a la narco dictadura que gobierna a Honduras.
El futuro hondureño
Es inevitable perder la esperanza en las condiciones actuales y con la situación emocional que nos golpea, pero no debemos dejarnos apabullar, tenemos que levantarnos. Si bien la muerte ronda y la corrupción sigue su curso de forma inalterable yo creo, y seguiré creyendo, que tanto va el cántaro al agua que se termina rompiendo. Y Juan Orlando Hernández, por mucho que Donald Trump lo proteja terminara siendo el tonto útil para lo que fue creado y lo mandarán con una patada en el culo a los pozos que el mismo construyó. Ojalá sea pronto.
Sin embargo, me preocupa en este futuro cercano el regreso acelerado que llevamos, como país, al bipartidismo político electoral en el que la ideología es discurso y la solidaridad populismo. Desde esos mecanismos no hay solución y si estas no existen el país como tal esta condenado a la muerte. Y en esta coyuntura que se nos presenta, con las rupturas que esta provocando, es el momento de mudar de tajo, como las serpientes, la muda vieja para usar con dignidad la nueva.
Me queda bien claro que volver a la normalidad no es una opción en este futuro hondureño posible, pues la normalidad es exactamente nuestro problema. Aprovechando la coyuntura debemos volver como un ave fénix, mejores, sin egoísmos, más solidarios y sobre todo otra vez humanos.
Chaco de la Pitoreta
(Hector Efrén Flores)
Poeta y Gestor Cultural
Honduras
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