La colombiana

Jul 20, 2021
4:21 PM

La bandera de Colombia (Dominio público)

Nunca me he sentido tan colombiana como cuando migré a Estados Unidos.

Recuerdo una vez hace tres años cuando estaba sentada en la barra de un restaurante en Brooklyn y un señor que me oyó hablando por teléfono me dijo: “eres muy seria para ser Colombiana”. El insulto es claro, es algo machista e ignorante y tristemente común. Es la representación de la imagen de la Colombia alegre pese a que esté doliendo o en conflicto.

Hoy se celebra la independencia de mi país en medio de una crisis política y económica, el fracaso de la estrategia de vacunación contra el COVID-19 y la negación de un Gobierno que quiere aparentar que todo está en orden, que somos esa Colombia que siempre sonríe. 

La realidad es que Colombia nunca ha estado bien. Desde que tengo uso de razón, la violencia ha sido la imagen más recurrente. Incluso la memoria de mi primer viaje en familia a Medellín no pudo ser porque la Guerrilla de las FARC destruyó un puente por el que íbamos a cruzar y esa es una memoria muy privilegiada a comparación de quienes han visto y vivido cosas atroces. 

Otros dicen que Colombia no tiene dictadura, que pese a que “tiene sus problemas” está bien o que “no es Venezuela”, que últimamente  se ha convertido en el estándar de estabilidad de los países. Colombia ha sido gobernada por los mismos siempre, tiene una lista de presidentes que sirven al mismo círculo de poder y de violencia. Han sido empleados del narcotráfico y el paramilitarismo. Han gobernado en contra del pueblo. 

Después de que colgué el teléfono en el restaurante le dije al señor que no le importaba lo que estaba hablando y que me respetara. El hombre siendo consecuente con su primer acercamiento, me dijo que además de grosera era una colombiana gorda. Es decir, era amargada y gorda. Le sorprendía porque además las colombianas debemos ser “sonrientes y no gordas”. 

El tema de la belleza de Colombia es orgullo patrio. Sí, somos un país hermoso donde hay vida en todos lados. La belleza ha sido nuestra condena también. Los recursos que nos hacen ricos también fueron la sentencia a la violencia, a una guerra por el territorio que ha dejado millones de víctimas, que nos ha sometido a los capítulos más oscuros y crueles en la guerra paramilitar y con la guerrilla. 

Tal vez para muchos Colombia sea una mujer bonita, delicada, trabajadora y alegre. La Colombia que yo conozco no se parece a eso, tampoco es oscura y desagradable pero diría que es una madre sacrificada. Una madre a la que han forzado a estar bien y al servicio mientras la explotan pero que al final siempre se muestra amorosa. 

Mientras he trabajado y he estudiado acá he sido “la colombiana”, y quizá cumpla con algún estereotipo porque pasé 25 años de mi vida allá. Lo que sí tengo claro es que no defiendo ninguna fantasía de belleza y bienestar eterno en mi país.

La Colombia que vive en mí es la de las personas que día a día pese a estrellarse con la desesperanza sueñan en que en algún momento no habrá que suplicar porque nos respeten los derechos básicos. La Colombia que vive en mí es la de la resignación decente y honesta para seguir adelante. La de las madres de las víctimas de la guerra, la de los jóvenes que salen a la protesta, la de mis abuelos campesinos. 

Suramérica no es una postal bonita de familias sonrientes, es ahora una masa de personas que se están jugando la vida en contra de sus gobiernos para recuperar la dignidad y esa es nuestra belleza, esa es nuestra verdadera independencia.

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Juanita Ramos Ardila es una periodista colombiana que ha escrito para El Tiempo y ColPrensa. Es candidata de maestría en periodismo en la Escuela de Periodismo de Newmark de CUNY. También es corresponsal de verano de Latino Rebels para 2021. Twitter: @JuanitaRamosA.