Luis Carlos Restrepo y la revolución-molecular-disipada (OPINIÓN)

May 25, 2022
6:09 PM

Luis Carlos Restrepo

[English translation below]

Por Tobias Dannazio

Vida: Teoría de la Conspiración y Uribismo

El amigo barbón de la foto es Luis Carlos Restrepo, psiquiatra, filósofo y quinto ex-comisionado para la paz. Tuvo a su cargo la desmovilización de los integrantes de grupos subversivos durante los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe.

En el año 2012 protagonizó un bochornoso escándalo, tras revelarse la falsa desmovilización de 13.000 excombatientes de la columna Cacica Gaitana, un bloque más o menos ficticio de las FARC “reinsertado a la vida civil” a mediados del 2006.

El jueves 13 de enero del año en curso, la prensa “oficial” anunció la intención de la fiscalía de reabrir el proceso contra Restrepo, pero para el viernes 14 en la mañana estaban notificando la inminente prescripción de los cargos, debido al vencimiento de los términos.

Pacifista, colaborador de múltiples ONGs, y autor en su juventud de títulos tan memorables como El derecho a la ternura o La trampa de la razón, este señor de aura un tanto jipi, no cuadra con la imagen del típico lagarto uribista. Sin embargo, eso es: un uribista, y probablemente un lagarto también, aunque esto no pueda comprobarse. Hace poco apareció una carta de Restrepo aconsejando a Uribe en un tono ingenuo y tontarrón, y hasta la fecha el expresidente sigue declarando su mutua simpatía, además de la pena  que merece la injusta persecución en contra de este compatriota ejemplar que hizo tanto por la paz.

Restrepo tuvo la brillante idea de huir en cuanto le dictaron medida de aseguramiento. El 8 de enero del 2012 volaba hacia New York para luego asentarse en Canadá, en donde suponemos, permanece asilado hasta la fecha. La corte le quería regalar entre 16 y 32 años de cárcel; un poco exagerado, pensando en todo lo que se hace, todo lo que se pierde y todo lo que se deja de hacer impunemente en este país. Los cargos incluían fraude procesal, tráfico agravado de armas, peculado, prevaricato y hasta narcotráfico, porque entre los falsos desmovilizados figuraba un tal Hugo Alberto Rojas, presunto narcotraficante que quería valerse de la desmovilización para limpiar su historial judicial. 

Courtesy of Las Dos Orillas

El problema es que muchos de los agravantes parecían estar relacionados con una rencilla entre Restrepo y la fiscal Viviane Morales, según indica una carta en la que el psiquiatra acusa a el esposo de la fiscal, Carlos Alonso Lucio, de reunirse de manera clandestina con los altos mandos de las AUC.

Aquí es donde termina la realidad y comienza el terreno de esa conspiración macabra que llamamos historia nacional.

Además de sus líos con la fiscal, todo parece indicar que el asunto fue mayormente planeado por los coroneles Hugo Castellanos, enlace del alto comisionado, y Jaime Ariza, comandante de inteligencia del ejército, en coordinación con alias Biófilo y alias Olivo Saldaña, desertores de las FARC encargados de engrosar y falsear la columna Cacica Gaitana.

Restrepo siempre ha dicho que lo usaron como chivo expiatorio. Suena posible, pero ¿a quién encubre su captura?, ¿quién entre tantos notorios dolientes a los que les serviría verlo enjaulado?

¿Acaso era el Chivo expiatorio de la ineptitud del ejército? ¿O de toda la estructura del nuevo gobierno uribista, es decir: un sacrificio para esconder el fallo estructural en los procesos de la seguridad democrática y la legitimidad del neoliberalismo-narco-paramilitar? ¿Era una cortina de humo para el escape de un par de pícaros exguerrilleros y un narcotraficante; o para el enriquecimiento de otro par de militares corruptos? ¿acaso lo querían condenar para tapar entuertos de la fiscalía y la clase dirigente?

Tal vez todo el cubrimiento mediático del asunto no sea más que otro escape a la abrumadora abulia moral de una cultura sin memoria ni justicia, anestesiada por el servilismo y la indolencia.

A lo mejor Restrepo es el gran culpable que acusan. En ese caso, se trataría de un lagarto más. Lo bueno es que, gracias a la negligencia de la justicia colombiana que dejó cerrar el proceso, todas estas preguntas pueden volar para sumarse a la belleza del misterio.

Queda al menos una buena ironía para el pensamiento en las relaciones entre el trabajo filosófico de L. C. Restrepo y las curiosas visiones que heredó del posestructuralismo francés.

Obra: Uribismo y Revolución Molecular

Hace poco más de un año, en el marco de las protestas ciudadanas por el paro nacional, el expresidente Álvaro Uribe liberó un tweet en que aparecía resaltado el peligro de un enigmático concepto: la “Revolución molecular disipada.” Parece que anotó esta retahíla durante alguna conferencia de un tal Alexis López Tapia, entomólogo neonazi de nacionalidad chilena.

Alexis López Tapia

López Tapia se dedica a viajar por el continente dictando charlas acerca de teorías de la conspiración, invitando a los asistentes a actuar en contra de un nuevo tipo de izquierda revolucionaria que él inventó. Lo problemático es que dice estas cosas frente a multitudes de mandos militares y otros cenáculos de la ultraderecha criolla.

La ‘teoría’ del tipo es que la izquierda francesa, según él, asimilada por la filosofía posestructuralista, ha ideado una campaña o estrategia para vencer al fascismo, al capitalismo, la socialdemocracia y todas las derechas blandas y conservadurismos de una vez por todas.

López da forma a esta conspiración, tergiversando un concepto de Félix Guattari llamado “revolución molecular” a secas. La cobertura conceptual de Guattari, sobre todo en Mil mesetas y en sus conferencias como activista en los años setenta, tiene un poderoso componente de jerga militar y táctica. Se trata de una filosofía que usa la figura de la guerra de guerrillas para hablar de modelos o aspectos más generales de la naturaleza. Por eso no es difícil que a alguien pueda parecerle un manual táctico, de hecho, hace algunos años apareció un artículo del Shimon Naveh, exdirector de las fuerzas armadas de Israel, en que postulaba un programa de entrenamiento ‘antiterrorista’ basado en las ideas de Deleuze y Guattari.

Es posible adoptarlo de esa manera, pero decir que de eso se trata todo, es cuando menos inexacto, peligroso y peca de muy mala fe. No obstante, es como debe ser. Este tipo de ideas tienen en cuenta que toda estrategia emancipatoria puede ser empleada por las fuerzas represivas y viceversa.

El posestructuralismo aboga por una política de la intimidad, una micropolítica. Esto significa que la lucha no es la de la gran política de partidos o la revolución armada, sino un tipo de revolución que se libra desde los afectos, en la manera en que nos comunicamos entre nosotros, en cómo interactuamos con nuestro entorno, con nuestros cuerpos y con el conocimiento que podamos derivar para encontrar nuevos espacios de libertad.

No se trata de reemplazar o derrocar gobiernos, o destruir al Estado, sino de restarle poder por medio del afianzamiento de la acción comunitaria, los lazos que crea el interés genuino y el autoconocimiento.

Esto no es lo mismo que decir que todo el que comulga con estas ideas es un terrorista en potencia, al que las fuerzas del régimen tendrían que perseguir y erradicar. Ponerlo en esos términos es una manera muy sucia de legitimar la brutalidad.

Lo curioso es que, durante los años ochenta, antes de que estas ideas se pusieran tan de moda en las academias suramericanas, Luis Carlos Restrepo pertenecía a la vanguardia de jóvenes intelectuales que integraban el posestructuralismo en sus obras. En Restrepo se hallan ecos bastante interesantes del pensamiento de Foucault, Derrida y sobre todo de Deleuze y Guattari. Sus primeros libros, y quizá la totalidad de su obra, convergen a la perfección con los principios de la Revolución molecular y las posibilidades liberadoras de la micropolítica. Sus textos tratan temas como la importancia de privilegiar la emoción y la intuición por encima de la razón instrumental, y el valor del placer y la estimulación de los sentidos sobre las posibilidades de la disciplina y la represión autoritaria. Parece haber acogido las partes que la lectura de López Tapia ignora, o quiere ignorar.

Donde el neonazi ve la posibilidad de una guerrilla etérea, formada por toda la población inconforme, al modo del gran hermano de Orwell; Restrepo entrevió un mejor futuro, vio la posibilidad de una civilización pacífica, unida por lazos comunitarios de afecto y una afinidad corporal y lúdica.

¿Qué diría el expresidente Uribe si pudiera leer estas cosas y entendiera que su amigo Restrepo es un guerrillero en la trama lopeciana?: un ideólogo fundacional de esta novedosa Revolución molecular disipada, que la ‘gente de bien’ debería combatir. Probablemente no diría nada, a menos que le convenga… 

Pobre Luis Carlos, un reptiliano en la política y un posestructuralista enternecido de corazón. Al igual que nos pasó con su inocencia, probablemente nunca sepamos cuál es la faceta verdadera, o al menos aquella dominante.

Todos somos la suma de nuestras contradicciones. Sabemos una cosa: que la cortina del escándalo se encargó de borrar su legado intelectual y toda posibilidad de una difusión justa y propositiva para su obra. Es su verdadero castigo: pasar a la historia como un monigote, chivo expiatorio de la guerra civil y sus jerarquías corruptas, y no como un pensador de la libertad.

Triste historia de un hombre que se traicionó a sí mismo, condenando irremediablemente el trabajo de su vida.

***

Por Tobías Dannazio, psicólogo y escritor dedicado a la ficción-teórica y la psicoterapia experimental.

 

 

Luis Carlos Restrepo and the Molecular-Dissipated-Revolution

By Tobias Dannazio

Life: Conspiracy Theory and Uribism

The bearded friend in the photo is Luis Carlos Restrepo Ramírez, psychiatrist, philosopher, and fifth former commissioner for peace. He was in charge of the demobilization of members of subversive groups during the presidential terms of Álvaro Uribe.

Luis Carlos Restrepo

In 2012 he was the protagonist of a shameful scandal, after revealing the false demobilization of 13,000 former combatants of the Cacica Gaitana column, a more or less fictitious FARC bloc that was “reintegrated into civilian life” in mid-2006.

On Thursday, January 13 of this year, the “official” press announced the intention of the prosecutor’s office to reopen the process against Restrepo. But by Friday morning, January 14, they were announcing the imminent prescription of the charges, due to the expiration of the terms.

Pacifist, collaborator of multiple NGOs, and author in his youth of such memorable titles as El derecho a la ternura or La trampa de la razón, this gentleman with a somewhat hippie aura does not fit the image of the typical Uribista lizard. However, that’s what he is: an Uribista, and probably a lizard too, although this cannot be verified. A letter from Restrepo recently appeared advising Uribe in a naïve and silly tone, and to this day the ex-president continues to declare his mutual sympathy, as well as the pity that deserves the unjust persecution against this exemplary compatriot who did so much for peace.

Restrepo had the brilliant idea of fleeing as soon as he was ordered to be placed under arrest. On January 8, 2012, he flew to New York and then settled in Canada, where we assume he remains in asylum to this date. The court wanted to give him between 16 and 32 years in prison—a bit exaggerated, considering all that is done, and all that is lost, and all that is left undone with impunity in this country. The charges included procedural fraud, aggravated arms trafficking, embezzlement, prevarication, and even drug trafficking, because among the falsely demobilized was a certain Hugo Alberto Rojas, an alleged drug trafficker who wanted to use the demobilization to clean up his judicial record.

Courtesy of Las Dos Orillas

The problem is that many of the aggravating factors appeared to be related to a feud between Restrepo and prosecutor Viviane Morales, according to a letter in which the psychiatrist accuses her husband, Carlos Alonso Lucio, of meeting clandestinely with the AUC high command.

This is where reality ends and the terrain of this evil conspiracy we call national history begins. 

In addition to his mess with the prosecutor, everything seems to indicate that the affair was largely planned by Colonels Hugo Castellanos, the high commissioner’s liaison, and Jaime Ariza, the army intelligence commander, in coordination with alias Biófilo and alias Olivo Saldaña, the FARC deserters in charge of swelling and falsifying the Cacica Gaitana column.

Restrepo has always said he was used as a scapegoat. It sounds possible, but who among so many notorious mourners would it serve to see him in a cage?

Was he the scapegoat for the army’s ineptitude, or for the whole structure of the new Uribista government—that is to say, a sacrifice to hide the structural failure of the democratic security processes and the legitimacy of neoliberalism-narco-paramilitary? Was it a smokescreen for the escape of a couple of rogue ex-guerrillas and a drug trafficker; or for the enrichment of another couple of corrupt military men; or was it to cover up the misdeeds of the prosecutor’s office and the ruling class?

Perhaps all the media coverage of the affair is nothing more than another escape from the overwhelming moral abulia of a culture without memory or justice, anesthetized by servility and indolence.

Maybe Restrepo is the great culprit they accuse him of being. In that case, he would be just another lizard. The good thing is that, thanks to the negligence of the Colombian justice system that let the process close, all these questions can fly to add to the beauty of the mystery.

There remains at least a good irony for thought in the relations between the philosophical work of L. C. Restrepo and the curious visions he inherited from French post-structuralism.

Work: Uribism and Molecular Revolution

A little over a year ago, in the context of the citizen protests for the national strike, former President Álvaro Uribe released a tweet highlighting the danger of an enigmatic concept: the dissipated Molecular Revolution.” It seems that he wrote down this string of words during a conference given by a certain Alexis López Tapia, a neo-Nazi entomologist of Chilean nationality.

Alexis López Tapia

López travels around the continent giving lectures on conspiracy theories, inviting the attendees to act against a new type of revolutionary left that he invented. What is problematic is that he says these things in front of crowds of military commanders and other cenacles of the Creole ultra-right.

The guy’s “theory” is that the French left, according to him, assimilated by post-structuralist philosophy, has devised a campaign or strategy to defeat fascism, capitalism, social democracy, and all the soft rightists and conservatism once and for all.

López gives shape to this conspiracy by misrepresenting a concept by Félix Guattari, called “molecular revolution.” Guattari’s conceptual coverage, especially in A Thousand Plateaus and in his lectures as an activist in the 1970s, has a powerful component of military and tactical jargon.

It is a philosophy that uses the figure of guerrilla warfare to speak of models or more general aspects of nature. In fact, some years ago an article appeared by Shimon Naveh, ex-director of the Israeli armed forces, in which he postulated an “anti-terrorist” training program based on the ideas of Deleuze and Guattari.

It is possible to take it that way, but to say that this is what it is all about is inaccurate to say the least, but also dangerous and in very bad faith. Nevertheless, it is as it should be. Such ideas take into account that any emancipatory strategy can be employed by repressive forces and vice versa.

Poststructuralism advocates for politics of intimacy, or micropolitics. This means that the struggle is not for the grand party politics or the armed revolution, but a type of revolution that is waged from the affections, in the way we communicate with each other, in how we interact with our environment, and with our bodies and with the knowledge that we can derive to find new spaces of freedom.

It is not about replacing or overthrowing governments, or destroying the State, but about taking power away from it by strengthening community action, the bonds that genuine interest and self-knowledge create.

This is not the same as saying that everyone who shares these ideas is a potential terrorist, to be hunted down and eradicated by the forces of the regime. Putting it in those terms is a very dirty way of legitimizing brutality.

The curious thing is that, during the 1980s, before these ideas became so fashionable in South American academies, Luis Carlos Restrepo belonged to the vanguard of young intellectuals who integrated poststructuralism in their work. In Restrepo we find quite interesting echoes of the thought’s of Foucault, Derrida and above all Deleuze and Guattari. His early books, and perhaps his entire work, converge perfectly with the principles of the Molecular Revolution and the liberating possibilities of micropolitics. His texts deal with themes such as the importance of privileging emotion and intuition over instrumental reason, and the value of pleasure and the stimulation of the senses over the possibilities of discipline and authoritarian repression. He seems to have embraced the parts that López Tapia’s reading ignores, or wants to ignore.

Where the neo-Nazi sees the possibility of an ethereal guerrilla, formed by the entire non-conformist population, in the manner of Orwell’s “Big brother.” Restrepo envisioned a better future. He saw the possibility of a peaceful civilization, united by community bonds of affection and a corporal and playful affinity.

What would ex-President Uribe say if he could read these things and understand that his friend Restrepo is a guerrilla in the Lopecian plot: a foundational ideologue of this novel dissipated Molecular Revolution, which “La gente de bien” should fight. He probably wouldn’t say anything, unless it suits him?

Poor Luis Carlos—a reptilian in politics and a post-structuralist at heart. As happened to us with his innocence, we will probably never know which is the true facet, or at least the dominant one.

We are all the sums of our contradictions. We know one thing: that the curtain of scandal took care of erasing his intellectual legacy and any possibility of a fair and purposeful dissemination of his work. It is his true punishment: to go down in history as a muppet, a scapegoat of the civil war and its corrupt hierarchies, and not as a thinker of freedom.

Sad story of a man who betrayed himself, irremediably condemning his life’s work.

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Tobias Dannazio is a psychologist and writer dedicated to theoretical fiction and experimental psychotherapy.